Había una vez un niño llamado Omar Edin que vivía en una pequeña aldea en medio del desierto marroquí. Un día, una sequía interminable asoló la región, dejando los pozos resecos, los cultivos marchitos y a las personas que allí vivían sin nada que llevarse a la boca. Omar se dirigió junto a su familia a la ciudad más cercana pero, una vez allí, la falta de recursos les obligó a separarse. Omar, solo y sin dinero, se convirtió en un niño de la calle, viviendo al día, sin saber si tendría suficiente comida para sobrevivir al día siguiente.
A pesar de las dificultades, Omar nunca perdió la fuerza. Aprendió a trabajar duro alejado de los patios de colegio y la algarabía de niños y niñas que reían mientras jugaban y a buscar soluciones creativas a los problemas que se encontraba. No era fácil ganarse el respeto en la calle, de milagro sobrevivió a una reyerta que lo dejó marcado para siempre en su mejilla derecha, aferrado a la esperanza de encontrar una vida mejor.
Omar, mirando el horizonte incierto que se mezclaba con el mar y recordando las historias que le contaba su madre, decidió que era el momento de atreverse a cruzar a la otra orilla e intentar vivir aquella vida que les contaba su tía por carta. El viaje fue largo y agotador, pero finalmente llegó a España, donde se encontró con ella.
Sin embargo, su alegría fue efímera; pronto se dio cuenta de que su tía también estaba luchando para sobrevivir.